Se impone una
readaptación de nuestra escuela pública para poner al servicio de los niños una
educación que responda a las necesidades individuales, sociales, intelectuales,
técnicas y morales de la vida del pueblo en estos tiempos, en un mundo que
esperamos pronto sea el del socialismo triunfante.
Para la mayoría
de los padres, en efecto, lo que importa no es la formación, el profundo enriquecimiento
de la personalidad de sus hijos, sino la suficiente instrucción que permita
afrontar los exámenes, ocupar las plazas envidiadas, entrar en una escuela
determinada o poner el pie en cierta administración. Sin duda se trata de
consideraciones humanas cuya debilidad no incumbe sólo a los padres, puesto que
es la consecuencia de una concepción demasiado directamente utilitaria de la
cultura, de la creencia en la única virtud de la adquisición formal. Por otro
lado, la sociedad no es ni más comprensiva ni más generosa. Con demasiada
frecuencia, está dominada por la preocupación política de durar, sin tener
ocasión para pensar en lo que ocurrirá dentro de diez o veinte años. Lo que le
obsesiona es el inmediato mañana. Pide a la escuela que prepare al niño sólo
para este mañana inmediato, para los objetivos inmediatos que impone. El
verdadero fin educativo debería ser que el
niño desarrolle al máximo su personalidad en el seno de una comunidad racional a la que él mismo
sirve y que le sirve. Cumplirá su destino, elevándose a la dignidad y a
la potencia del hombre, que se prepara así a trabajar eficazmente, cuando sea
adulto, lejos de mentiras interesadas, para la realización de una sociedad
armoniosa y equilibrada. Sabemos que esto sólo es un ideal.
La escuela del
mañana se concentrará en el niño como miembro de la comunidad. Las técnicas
(manuales e intelectuales) que se deban dominar, las materias de enseñanza, el
sistema de adquisición, las modalidades de la educación surgirán de las
necesidades esenciales del niño en función de las necesidades de la sociedad a
la que pertenezca. Se trata de un verdadero resurgimiento pedagógico, racional,
eficaz y humano, que debe permitir al niño acceder a su destino de hombre con
la máxima potencia.
Como hoy día no podemos
pretender conducir metódica y científicamente a los niños, administrando a cada
uno de ellos la educación que le conviene, nos contentaremos con prepararles y
ofrecerles un medio ambiente, un material y una técnica que les ayuden en su
formación; con preparar los caminos por los que se lanzarán, según sus aptitudes,
su gusto y sus necesidades. Ya no daremos más importancia a la materia que se
memoriza, ni a los rudimentos de las ciencias que se deben estudiar, sino: A la
salud y al ánimo vital del individuo, a la persistencia en él de sus facultades
creadoras y activas, a la posibilidad (que forma parte de su naturaleza) de
seguir siempre hacia adelante para realizarse con un máximo de potencia; a la
riqueza del medio educativo y; al material y a las técnicas que, en este medio,
permitirán la educación natural, viva y completa que defendemos.
La escuela de mañana será la escuela del trabajo. El trabajo será el gran principio, motor y filosofía de la pedagogía
popular, la actividad a partir de la cual se desarrollarán todas las
adquisiciones. En
la sociedad del trabajo, la escuela regenerada y encauzada de este modo se
integrará perfectamente al proceso general de la vida ambiental, constituyendo
una rueda del gran mecanismo del cual hoy se ve apartada demasiado
arbitrariamente.
La escuela del pueblo no podría existir sin la sociedad popular. La experiencia
nos muestra que, salvo algunas raras excepciones, la escuela no se halla jamás
a la vanguardia del progreso social. Puede estarlo en teoría (lo cual no es
nunca suficiente), pero en la práctica su florecimiento está demasiado
condicionado directamente por el medio familiar, social y político, como para
que jamás se la haya visto desprenderse de todo ello para lograr una hipotética
liberación autónoma. Por el contrario, la escuela va siempre a la zaga de las
conquistas sociales con un retraso más o menos lamentable. Nosotros debemos
reducir este retraso y esto constituirá ya una apreciable victoria. Si el
pueblo accede al poder, tendrá su escuela y su pedagogía. Este acceso ya ha
comenzado. No esperemos más para adaptar nuestra educación al mundo nuevo que
va a nacer.
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