Yo estoy de acuerdo con
la lectura que menciona que el famoso estudio Y sin embargo, leen publicado en Francia hace algunos años apunta
que, aunque no lo parezca, los jóvenes leen.
También estoy de
acuerdo que si de noticia se trata, se debe de aplicar las famosas 5 W que todo
futuro periodista conoce como eje fundamental de cualquier información: Who,
what, when, where, why (quién, qué, cuándo, dónde, por qué).
¿Quién es el lector juvenil?
El lector que se sitúa entre el niño y el adulto no tiene un término propio.
Tampoco hay unos límites de edad claramente fijados. Estas son incógnitas que
cada país y cada momento histórico ha resuelto de formas diversas y, en muchos
casos, en estrecha relación con los condicionantes sociológicos y políticos que
configuran una sociedad determinada. Tal vez la cuestión más relevante sea que
el lector juvenil no existe porque, al llegar a la adolescencia, los jóvenes
dejan de leer. Entre los desertores suele haber más chicos que chicas. Así,
entre los que se mantienen en las filas de la literatura, los gustos lectores
se diversifican: Hay una lectura de chicas y otra lectura de chicos.
¿Qué lee? Pues muchas
cosas. Si está escolarizado, sus profesores le obligarán a leer algunos
clásicos, ya sea de la literatura nacional correspondiente o de la universal, o
tal vez de la literatura juvenil. Mal que bien con métodos más o menos
sugerentes, los sufridos profesores intentarán acercar estos clásicos por medio
de la lectura en voz alta, la asistencia a una obra de teatro o la proyección
de una película. Y, claro está, por medio de fragmentos extraídos de los libros
de texto, de las adaptaciones o incluso de transgenerizaciones. En segundo
lugar, los adolescentes tienen a su alcance la literatura juvenil que autores,
editores y mediadores han creado y puesto a su disposición. Es lo que algunos
llaman literatura juvenil homologada. Los temas pueden ser variados. En tercer
lugar, el adolescente descubre un universo de lecturas que le llaman
directamente y que parecen estarle destinadas o pensadas para que las elija:
Esto se refiere a una literatura que escapa del control de los adultos y que
conforma una cultura juvenil generalmente no homologada: Cómics, novelas gráficas,
best sellers, revistas, un material impreso que puede conectar, muchas veces,
con el material no impreso que llena sus horas y sus ocios, es decir, el de la
música y las pantallas. La cuarta y última fuente de lectura de los
adolescentes, en la que parece que se diluye de forma definitiva el verbo leer,
es el mundo de su ordenador, Smartphone o iPad. A través de él, escucha poesía
a través de las canciones de sus grupos o cantantes favoritos, mira narrativa,
lee y escribe, constantemente, a través de Facebook, blogs y otras formas de
intercomunicación.
¿Dónde lo lee? La
pantalla se convierte en el soporte básico en el que el adolescente actual
consume más horas. El libro, por regla general, se le antoja un elemento
relacionado con la escuela, la obligación y el tedio; mientras que la pantalla
es para él o ella una puerta que le conduce a la información y a la
comunicación, de la imagen a la palabra, de la música al contacto. El libro es
lineal y cerrado; la pantalla, fractal y abierta. Sin embargo, sigue habiendo
libros en su vida. Los dos lugares fundamentales donde los encuentra son el
aula y la biblioteca. El aula es el lugar donde el adolescente aprende a leer
en profundidad. La biblioteca es el lugar donde aprende a leer en extensión. La
literatura de su elección: Sus cómics, su Facebook y/o sus canciones están al
alcance de su mano en su ordenador, entre sus amigos, en sus tiendas
especializadas, en sus bares y en sus discos. Ahí es donde el adolescente
aprende a forjarse sus referencias y a modelar sus gustos.
¿Cuándo lo lee? Los
adolescentes actuales, nativos de la era digital, están acostumbrados a la
lectura digital; han roto, en cierta manera, con los criterios de unidad y
linealidad que supone el texto publicado en papel. Les cuesta la lectura lenta.
En cambio, se adaptan mejor que los adultos a la simultaneidad y a la
fractalidad que suponen las lecturas en pantalla. Al mismo tiempo, los jóvenes
crecen en un mundo globalizado, donde la multiculturalidad es una constante.
Sus compañeros de clase pertenecen a ámbitos lingüísticos muy diversos, y el
acceso a la cultura mundial de forma instantánea diluye fronteras.
¿Por qué lo leen? En el
caso de los clásicos, es evidente que (salvo excepciones) los leen por
obligación. No tienen más remedio que leerlos si quieren aprobar la asignatura.
En el caso de los libros de literatura juvenil, podrá actuar más la curiosidad,
la recomendación de un compañero o la insistencia de un profesor. Si el centro
educativo lleva a cabo un buen plan lector, las lecturas pueden integrarse en
actividades diversas; y el alumno, sentirse más motivado para leerlas. La
literatura de su gusto la eligen porque quieren. Porque les gusta y porque se
sitúa en un lugar en el que nadie los obliga, les recomienda ni los motiva: Es
él o sus amigos quien elige su trayectoria lectora y quien descubre sus
referentes. Es muy probable que no toda esta literatura la elija precisamente
para leer, sino para escucharla en su iPhone o en sus auriculares. O para verla
en películas. O para entrar en sus blogs predilectos e interactuar con ella.
En suma, lo que se debe
proponer es crear un nexo de unión entre los textos de la elección de los
jóvenes y la literatura de calidad. Partir de un tema, una forma o un género en
el que puedan convivir dos textos de diferente alcance cultural y de distinta
calidad, pero que utilizan los mismos recursos retóricos, los mismos mimbres de
género, el mismo tema. Contrastando, analizando y comparando, creando
itinerarios de lectura propios, los jóvenes pueden comprobar hasta qué punto
existen diferencias y similitudes, lo que separa la creación y la densidad de
un texto de la banalidad y la repetición. Pero, por encima de todo, se da al
adolescente la oportunidad única e irrenunciable de entrar por su propio pie en
el mundo de la gran literatura.