Enseñar y
aprender son actividades problemáticas. Pasamos muchos años asistiendo a la
escuela, y sabemos, podemos hacer o resolver, mucho menos de lo que parecería
razonable esperar. Por otra parte, existe una sensación de disconformidad
respecto de la escuela, compartida por padres, alumnos, empresarios y docentes,
según vienen mostrando distintas investigaciones realizadas desde mediados de los
80. La mayoría de los chicos entra a la escuela para salir. Por otro lado, sólo
el alumno puede decidir aprender: si no tiene interés, no aprende. Y muchos de
los chicos no están interesados porque perciben que lo que hacen en la escuela
es artificial, que está alejado de su realidad. Así uno de los obstáculos al interés
de los alumnos son las propias actividades escolares, si es que son percibidas
como artificiales, desvinculadas de la realidad.
Enseñar
representa una oportunidad única e irremplazable. La sociedad reserva el tiempo
de escuela para que los chicos tengan "dedicación exclusiva" para
aprender: no tendrán otra situación en la que puedan equivocarse, experimentar y
divertirse mientras construyen sus aprendizajes. Por lo tanto, educar implica
tener la fantasía de una sociedad mejor, y tener la posibilidad de hacer algo
al respecto. No nos referimos a las grandes revoluciones, ni a cambios a nivel
planetario. "Sólo" al hecho de tener la oportunidad de liderar durante
muchas horas por semana -con toda la autoridad que la misma escuela otorga- a
un grupo de chicos ávidos de modelos y de aprendizajes. De esta manera, el
"premio" que nos trae esta perspectiva de la enseñanza se relaciona
primariamente con la pasión -lograr una clase apasionante, tanto para nuestros
alumnos como para nosotros mismos- y, luego, con la satisfacción que brinda una
práctica profesional bien cumplida. Sin embargo, sería ingenuo pensar que para
cambiar alcanza con pensar y formular buenos deseos. Es necesario estar atentos
a las complejidades que implica enseñar y aprender en la escuela, para decidir
dónde y cómo intervenir para modificarlas.
No todo lo que
ocurre en una clase depende del docente, ni mucho menos. Sin embargo, su
actitud y sus decisiones tienen mucho que ver con las características que
finalmente tengan las horas que pase junto a sus alumnos. O sea, la clase que ofrezca
un docente a sus alumnos estará determinada por los cinco factores que detallamos
a continuación y que, lejos de ser independientes, tienen múltiples vinculaciones
entre sí. Sin embargo, influyen -en mayor o menor medida- según la importancia
que le asigne el docente a cada uno (a partir de su historia, sus saberes, sus
preferencias, su personalidad, etc.) tanto en el momento de planificación como
en el aula. Estos cinco factores son:
La sociedad y la cultura en la
que está inserta (la que
perciba y decida tomar el docente);
los alumnos, cuánto los conoce
el docente (la
importancia que tenga este conocimiento en la planificación y en su clase); las condiciones institucionales, el proyecto institucional (el que perciba el docente); los contenidos a enseñar (la selección que haga el docente) y; los recursos didácticos (de los que disponga el docente).
O sea, cada hora de clase está determinada a partir de varios factores,
pero siempre hay un espacio, una oportunidad, que tiene cada docente para
intervenir, para decir y hacer. En este sentido está claro que incluso la
indiferencia de algunos es una respuesta. En definitiva, la clase que ofrezca
cada docente a sus alumnos, surgirá de la interrelación de todas estas pequeñas-grandes
decisiones. Y su actitud, sus ganas, su motivación
genuina, por enseñar, producirán una clase que tendrá un color
único, personal.
Una experiencia
es auténtica para un alumno si
al mismo tiempo refiere a
temas relevantes para las diferentes disciplinas, la sociedad y los intereses
del chico. Es una vivencia que, a su vez, genera motivación genuina en los alumnos y en el docente. Así,
la autenticidad está en lo simultáneo: La escuela es auténtica si lo es para todos
los alumnos, si es respetuosa, atiende y aprovecha la diversidad de cada uno,
al tiempo que ofrece experiencias significativas para ellos, para la sociedad y
para la disciplina. Lo auténtico es honesto, es transparente, es franco. Es
simple -no precisamente porque lo sea llevarlo a cabo-, es cercano, es
-incluso- real, en contraposición a lo artificial. De esta manera, la relación
entre las actividades auténticas y la vida cotidiana es transparente -clara,
obvia- y significativa. Dicho en otras palabras, todo lo "cotidiano" (escolar
y extraescolar) es insumo para la clase y/o excusa para continuar allí la experimentación
iniciada. En definitiva, en una escuela auténtica,
las clases no son un "como si", ni están
"inspiradas" en la vida: Las actividades son -y son percibidas como-
la vida misma. Y que los chicos las perciban o no como auténticas está lejos de ser un detalle menor: si no son
auténticas, son artificiales y, por lo tanto, los motivan especulativamente y, si es así,
vuelve a comenzar la historia que ya conocemos y que no queremos repetir. Estas
experiencias auténticas requieren
que el docente: Conozca a cada alumno, sus intereses, sus formas de aprender,
etc.; lidere una
clase que atienda y aproveche la diversidad de cada alumno; incluya la vida como
recurso didáctico.
Para llevar a
cabo una clase es necesario usar recursos didácticos. En la "era de la información",
de la imagen, de los multimedia, de Internet, la sola mención de la necesidad
de usar recursos didácticos genera en algunas personas la sensación de obviedad
y en otras, la de snobismo. Sin embargo, es una necesidad. Por lo menos, si surge
de un docente preocupado por brindar oportunidades equivalentes y democráticas a
20, 30 ó 40 personas diferentes, que aprenden de manera distinta, que no saben
lo mismo y a los que les interesan temas diferentes. En ese contexto, la única manera
de atender a la diversidad es "ayudarnos" con diferentes recursos que
permitan a los alumnos realizar tareas a su propio ritmo, con lenguajes diferentes,
con temas distintos, etc. Por otra parte, necesitamos recursos para que los mismos
chicos puedan tomar decisiones respecto de su proceso de aprendizaje, sin pedir
permiso ni aprobación por cada pequeño paso que den en su camino. Hay algunos recursos
didácticos muy potentes, que todos tenemos al alcance de nuestra mano: La responsabilidad
y el compromiso de los chicos, los mismos alumnos pueden ser recursos para su aprendizaje
si están involucrados y tienen oportunidades para ser responsables de su
proceso de aprendizaje (si se conocen a sí mismos y pueden decidir sobre qué y
cómo les conviene aprender), y si reconocen los vínculos existentes entre la actividad
que realizan en la escuela y su propia vida; "lo cotidiano", todo lo
que los chicos viven, hacen y sienten dentro y fuera de la escuela; nuestros
colegas, especialmente los maestros "especiales"; el legajo escolar. Prácticamente
ninguno de los anteriores se incluiría entre los tipos de recursos didácticos
convencionales. Pero si llamamos recurso didáctico a todo aquello a lo que
pueda reconocérsele utilidad como herramienta para la enseñanza y para el
aprendizaje en nuestra clase y que, además, se pueda utilizar cuando lo necesitamos,
sí, todos y cada uno de los mencionados anteriormente lo son, y de gran
potencial. Cada docente en cada escuela dispondrá, además, de todos los otros
materiales que pueda conseguir (libros, láminas, computadoras, juegos, paredes,
internet, etc.). Sin embargo, aprovechar aquellos que están en todas las
escuelas le permitirá conocer más y en menos tiempo a cada alumno, tomar
mejores decisiones y motivar genuinamente
a cada uno.
La escuela tiene
una larga tradición: segregar todo lo que no sea contenido "escolar",
o sea, todo lo que no sea "científico, neutral, etc.". Allí vienen quedando
los saberes y vivencias que no llegaban –no calificaban- al status necesario
para ser incorporados a la enseñanza. Desde esta tradición se pretende usar el
tiempo de escuela para "transmitir" contenidos distintos, nuevos,
valiosos y desconectados de la realidad de los alumnos. Lo "otro" es
pérdida de tiempo, distracción, etc. Y es eso exactamente lo que se fue
logrando: muchos aprendizajes escolares son percibidos como de poco valor. Y,
como una paradoja, hoy lo valioso está afuera de la escuela y lo de "adentro"
es percibido como artificial. Es más: decir que una actividad, un producto, un
informe, etc. es muy "escolar", generalmente significa que es
irrelevante o que no es profesional. Uno de los objetivos de la escuela es
enseñar a pensar. Quien aprende a pensar aprende a establecer relaciones. Sin
embargo, el alumno no aprende si no puede vincular lo enseñado con su propia
experiencia. Pero estas relaciones no están dadas, no se enseñan sino que se descubren,
se construyen, se inventan. Así, incluir "lo cotidiano" significa
abrir oportunidades para los aspectos más creativos del pensar, es poner los distintos
elementos al alcance de los alumnos –los contenidos disciplinares y los
cotidianos- para que los chicos creen relaciones. Brindar herramientas a los
chicos para que vivan en una sociedad como la nuestra -o como la que hoy podemos
imaginar que será la de ellos- significa, entre otras cosas, que aprendan a
analizar críticamente la información que les llega, a valorarla, a identificar
las faltas e inexactitudes, y a saber cómo suplirlas. Y este aprendizaje se
realiza, justamente, aprovechando en la
escuela las distintas oportunidades que nos brinda "lo
cotidiano".
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