Con su peculiar
forma de abrir la pedagogía a la vida, Freinet utiliza las anécdotas para
aclarar de una manera variada, viva y, a menudo, inesperada, una meditación
pedagógica en la que sería injusto y ridículo considerar únicamente "el sentido común".
La escuela se
ríe de la humilde experiencia de los pastores. Tiene sus imponentes caminos
seculares que escritores, sabios, administradores eminentes han considerado los
caminos de verdad: ¡No a la debilidad afectiva! ¡Mantened la ley! Acostumbrad a
vuestros alumnos a obedecer, incluso y sobre todo si la orden dada contraría
sus tendencias y sus deseos. Es así como se forman las personalidades fuertes y
las almas bien templadas.
La verdad es que
nuestros maestros y sus servidores jamás han tenido interés en que descubramos
las claras leyes de la vida. Viven de la oscuridad y el error y siempre realizamos
nuestra cultura a pesar de ellos y contra ellos. No es el autor quien debe
decirnos cómo podemos descubrir y enseñar esas leyes naturales y universales
que os abrirán muy deprisa y definitivamente las leyes del conocimiento y de la
humanidad. Lo que el autor sabe es que existen y que los que las poseen tienen
siempre ese mismo aire de sabiduría y de seguridad, de sosiego y de sencillez,
también de generosidad, que podéis leer en la frente de los viejos pastores, en
las manos intuitivas de los curanderos, en los profundos ojos del sabio, en las
decisiones y acciones de los militantes abnegados, en las palabras de los
sabios y en la confianza asombrosa de los niños en el lindero de la vida.
La educación no
es una fórmula de escuela sino una obra de vida. Si un día los hombres supieran
razonar sobre la formación de sus hijos como hace el buen campesino sobre la
riqueza de su huerto, dejarían de seguir a los escoliastas (eruditos) que
producen en sus antros frutos envenenados, a causa de los cuales mueren
inmediatamente los que los han producido anormalmente y los obligados a
morderlos. Restablecerían con intrepidez el ciclo verdadero de la educación que
es: elección del grano, cuidado particular del medio en que el individuo
hundirá para siempre sus poderosas raíces, asimilación por el arbusto de la
riqueza de este medio. El cultivo humano sería entonces una flor espléndida,
promesa segura del fruto poderoso que madurará mañana.
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