La comunicación
lingüística es el motor de las relaciones interpersonales, sociales, económicas
y profesionales. Sin duda, del buen o mal uso del lenguaje dependen muchos
éxitos o fracasos en todos esos ámbitos. Y actualmente más que nunca, en este
tiempo de la comunicación y del conocimiento globales, favorecido por el
desarrollo científico y tecnológico, los grandes movimientos migratorios, la
internacionalización de las relaciones entre los pueblos y de todas las
organizaciones económicas, profesionales, culturales, educativas, se impone el dominio de la palabra. El saber
hablar siempre se ha entendido como un elemento diferenciador de clases, una
señal de poder socioeconómico, de prestigio sociocultural, de buena educación,
cuando no de tolerancia, como uno de los aspectos fundamentales de eso que
llamamos saber estar y, sobre todo, somos conscientes de que quien sabe hablar
obtiene, además de reconocimiento social, otro tipo de beneficios. Además, ante
la extrema profesionalización del mercado de trabajo, el uso del lenguaje, el
modo de hablar es una vara para medir la profesionalidad del individuo en su
actividad laboral.
Y esta capacitación lingüística ha de ser
también intercultural. El hombre actual ha de integrarse en un
mundo cada vez, nías interdependiente. Las relaciones con otros individuos,
grupos y organizaciones se hacen cada vez más complejas y, en gran medida, la eficiencia en el uso del lenguaje
puede facilitarle dicha integración. Si nos vemos obligados a comunicarnos
globalmente a pesar de la diversidad cultural,
se entenderá la importancia que el conocimiento de dicha diversidad
tiene también para el éxito de la comunicación.
La capacitación o competencia
comunicativa es la base para saber hablar bien en este universo global. Sólo cuando el hombre logra esta
competencia comunicativa es capaz de comunicarse óptimamente. Para hablar bien
se necesita un entrenamiento y un ensayo continuos.
Los recursos retóricos son habilidades de argumentación que se
manifiestan de modo más o menos consciente, en cualquier acto de hablar, ya que todo
discurso hablado o escrito
tiene una intención, se dirige a alguien con un fin que ha de negociarse. La
argumentación y la retórica, por tanto, están presentes en todo discurso. En
todos los casos la función persuasiva
es motor fundamental de quien habla. Así pues, saber hablar es ser cada vez más consciente de la existencia de los
mecanismos y tácticas lingüísticas de persuasión, saber hablar bien es llegar a
adquirir esas habilidades argumentativas y ponerlas en práctica. Saber
hablar es ser capaz de enfrentarse verbal y extraverbalmente no sólo ante un público poco activo;
es también y, sobre todo, saber
preparar y saber ejecutar los
discursos ante cualquier oyente o grupo de oyentes con los que se pretende interactuar. El modo de hablar, el discurso —recuérdese que discurso se entiende aquí de modo amplio como
expresión hablada o escrita— variará
según ese público, según las características del otro, de acuerdo con el grado de participación que
tenga en la interacción y, por
supuesto, según los fines y otros aspectos o circunstancias que iremos notando más adelante. Todos los
hablantes pertenecientes a una
comunidad discursiva, entendida ésta como el conjunto de individuos que practican un género discursivo, por ejemplo, los
docentes en el caso del discurso
académico, los comerciantes en el caso
del mundo económico, etc., saben que existen conductas y estrategias comunes, pero también
que éstas pueden variar según los
alumnos y clientes, el tipo de clases o ventas, los temas o productos, el nivel de enseñanza y el nivel
socioeconómico y cultural de
los alumnos y clientes, su edad, el sexo, el lugar donde se desarrolla la enseñanza o la actividad
comercial, incluida la zona, el barrio, además de las diferencias derivadas del
estilo propio del docente y del
vendedor. Saber hablar no es
sólo llegar a articular sonidos de modo más o menos coherente. Toda persona, sin problemas físicos,
adquiere primero y aprende
después el lenguaje. Adquiere un modo de comunicación primario gracias al contacto con otros individuos de una misma comunidad, llega a
reproducirlo, a hacerse entender y a
entender lo que otros miembros de esa comunidad lingüística expresan. Ahora bien éste es un modo
primigenio, primitivo, si se nos
permite, de comunicarse, de saber hablar. La adquisición ha de ir acompañada de un aprendizaje a través de
la educación del habla. Luego,
el saber comunicarse mejor o peor es proporcional al grado de aprendizaje de técnicas
específicas para hablar en público, para
interactuar con otros, sean éstos conocidos o desconocidos, así como también, no hay que olvidarlo,
al hábito personal de practicar a
menudo la lectura y la escritura. Como
venimos señalando las técnicas para desarrollar correcta y adecuadamente cualquier actividad se aprenden, también la
comunicativa. Ciertamente, así es, saber
hablar es una actividad natural, además de una cualidad intrínseca, esencial y
común al ser humano, pero hacerlo bien requiere de la educación del habla; el
habla se moldea mediante procesos de aprendizaje de técnicas diferentes y sólo a través de éstos se llega a ser un
buen hablante u orador.
Hoy más que nunca saber hablar bien es una necesidad. Poco a poco desde
las universidades se comienzan a potenciar —ya era hora— los cursos de retórica
y oratoria, de mediación lingüística. Hay quien lo ha tenido bastante más
claro, por ejemplo el mundo empresarial.
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